La iglesia donde vive la gente
Michael Belmont fue cura en una de las zonas más humildes y violentas de Mendoza. En 2017 llegó a Bariloche y se puso al frente del Hogar de Cristo en el barrio Unión, que integra una red de casas en villas y barriadas de la Argentina creada por el entonces arzobispo Bergoglio. Un espacio de…
Michael Belmont fue cura en una de las zonas más humildes y violentas de Mendoza. En 2017 llegó a Bariloche y se puso al frente del Hogar de Cristo en el barrio Unión, que integra una red de casas en villas y barriadas de la Argentina creada por el entonces arzobispo Bergoglio. Un espacio de encuentro, escucha y proyectos de vida.

Viernes de otoño, 14 horas, empieza a llover en el alto de Bariloche, el frío se cuela por las paredes de este salón grande que, en un rincón, alrededor de la salamandra encendida, reúne a diez personas que toman mate, se pasan la palabra, cuentan cómo celebran la vida, cuál es su deseo, se escuchan, se aplauden, se alientan, se ríen, se abrazan. Acaban de almorzar con postre: una torta de chocolate, crema y durazno. Festejan el cumpleaños de dos de ellos. Una de las mujeres cuenta que se quiso suicidar, llora, ahora espera el reencuentro con su hijo. Un veinteañero lamenta haberse perdido momentos familiares, rehén de las adicciones, ahora quiere recuperarlos. Brotes de vida.
En una esquina reposan sobre una mesa ratona crucifijos, rosarios, flores, una estampita de la Virgen del Carmen de Cuyo. Son el telón de fondo del Hogar de Cristo, ubicado en el ingreso al barrio Unión, una de las 19 casas de Cáritas en la Patagonia y una de las 300 en el país. Aquí viven cuatro varones junto a dos operadores socio comunitarios y –próximamente- tres mujeres que hoy duermen en el Hogar Betania. Durante mañana y tarde hacen deporte, recreación, arte, musicoterapia. Los visitan una psicóloga y una trabajadora social. “A mí me toca acompañar por el taller de espiritualidad”, dice Michael Belmont “Una espiritualidad muy abierta, para que puedan descubrir cuál es su creencia, su fe, y potenciarla. La espiritualidad es una energía muy grande”.
Belmont vivió en Godoy Cruz, Mendoza, hasta 2017. Fue un cura reconocido por su trabajo en barrios pobres. Antes de venir a Bariloche dejó los hábitos, formó una familia, tuvo un hijo, pero sigue vinculado a la Iglesia Católica. Es parte del “Equipo de sacerdotes de villas y barrios populares y familia grande Hogar de Cristo”.

— ¿Cómo nació Hogar de Cristo?
— Nació en 2008 en la Villa 21 de Barracas, en Buenos Aires, empujado por el padre Jorge (Bergoglio) con dos frases fuertes. Una, “recibir la vida como viene”, que en su lenguaje más futbolístico sería algo así como recibir la pelota como viene en la cancha, y después el “cuerpo a cuerpo”, el caminar juntos. Los hogares nacieron por uno de los grandes flagelos, el del paco. En ese momento estaban muriendo muchos más pibes porque estaban consumiendo algo recién llegado, estaban muy enganchados. La mirada del obispo y de los curas villeros fue decir “che, abramos las parroquias, abramos las capillas, abramos los centros que tenemos y alojémoslos para que al menos no estén en la calle”. Siempre se articuló mucho con otros actores sociales, con el hospital, con Alcohólicos Anónimos, Narcóticos Anónimos. Ahora se sigue articulando con todo lo que se pueda, pero ya tenemos espacios de acogida, espacios de alojamiento, de acompañamiento, se fueron armando equipos con gente de la comunidad.
— ¿Cómo te vinculaste con el equipo Hogar de Cristo?
—Yo empecé en Mendoza en 2012, en una de las villas más grandes, Campo Papa, al oeste de Godoy Cruz, con mucho narcotráfico, mucha muerte. Y en 2014 lo armamos. En 2016 Cáritas asumió a los hogares como propios a nivel pastoral y cuando llegué a Bariloche me tocó acompañar a Cáritas de la Patagonia.
— ¿Conociste a Francisco?
— Sí, varias veces compartimos aunque muy poquito desde lo personal. Me parece que ha sido sin duda un hombre para nuestros tiempos, ¿no? Porque Francisco tiró cuatro líneas muy fuertes para la iglesia. En algunas pudo avanzar más y en otras menos. Una fue crear una iglesia pobre para los pobres. Otra fue cuidar la casa común, la Tierra. Otra fue promover el diálogo inter religioso, él tenía muchos amigos musulmanes y judíos y entonces generó como una apertura grande para tratar de descubrir el espíritu y la presencia de Dios. Otra fue crear una iglesia sinodal, una iglesia de mesa redonda (que es lo que más cuesta desarrollar porque tiene que ver con la estructura de la iglesia, con poner fin a más verticalidad, con apostar a una iglesia horizontal, con roles definidos pero con trabajo en equipo), un cambio de perspectiva en el modo de ejercer el poder, el poder como servicio. Yo creo que Francisco le dejó al nuevo Papa una vara muy alta.

— Me imagino que también provocó un cambio muy profundo en la Iglesia argentina.
— Sí, logró muchos cambios en nosotros y en la gente. Francisco fue muy profeta de la esperanza, muy cercano al modo de vida cristiano, un modo mucho menos moralista y mucho más del gesto, del vínculo, del cuidado. Nombró obispos en Argentina de línea misionera, sencilla, abierta. Y a un montón de obispos en la Iglesia universal que son buenos tipos, que tienen una mirada abierta, una mirada linda.
— Jugó fuerte para que esa mirada prevalezca después de su muerte, ¿no?
— En 2023 Francisco llevó a Robert Prevost a Roma y lo puso a cargo de la congregación de los obispos, como para que conociera la iglesia por todos lados, y le puso cerquita a muy lindos teólogos que lo acompañaron a ver la iglesia latinoamericana. Nosotros tenemos una teología que se llama “teología del pueblo”, es una rama de la “teología de la liberación”. Fue creada por teólogos argentinos muy conocidos, sacerdotes del tercer mundo. Emil Secuda, una teóloga nuestra que también está en esta línea, acompañó mucho a León XIV a formarse durante estos años.

— ¿Cuáles son los desafíos de la Iglesia en este momento de crisis de occidente?
— Por un lado seguir acompañando la formación política del pueblo de Dios, que siempre ha sido muy en la línea con los mejores principios de la democracia. El Papa tiró dos cosas que son clave, me parece, para este tiempo. En el discurso de saludo dijo “la paz esté con ustedes”, que es el saludo de Jesús resucitado. Y después dijo “una paz desarmada”. Ahí está hablando de ser pacificadores y de meternos más de cabeza en los conflictos. Porque quienes más sufren los conflictos son los pobres. Muy vinculado con eso dijo también “ser puentes”: mediar, promover la unidad, no sólo en el conflicto bélico, sino también a nivel social.
— ¿Es parte del campo de acción de la Iglesia el reordenamiento de los grandes bloques políticos: China, Estados Unidos, la Unión Europea, América latina?
— La lglesia se siente llamada a intervenir en todas las relaciones humanas. Lo específico sería lo religioso, pero encarnado en lo social, y todo tiene que ver con lo político y lo económico. Por ejemplo, para Francisco fue muy importante la economía social y solidaria, que es la economía popular, ¿no? Francisco hablaba con presidentes y vicepresidentes, pero la iglesia no tiene ninguna injerencia sobre los presidentes, eso está claro. Sus intervenciones las manejó siempre a través de líderes religiosos. Lo interesante de León XIV, otro ejemplo, es que se nombra así por León XIII, el Papa que en 1891 hizo la primera encíclica social de la Iglesia, el Rerum novarum, que significa la “renovación de los tiempos”.
Belmont nació en Chadron, un pueblo pequeño de Nebraska, Estados Unidos (como León XIV), hijo de una madre de familia italiana, antropóloga, que vivía en un tráiler. A los dos meses y medio vino a Mendoza, donde los abuelos maternos tenían un viñedo. Hoy en Bariloche, Belmont estudia antropología en la universidad pública.

— ¿Qué nueva mirada trajo haber dejado los hábitos y formar una familia y seguir perteneciendo a la iglesia católica?
— Yo a la Iglesia la quiero mucho, la iglesia entendida como pueblo de Dios, como pueblo creyente. Tuve una linda experiencia cuando vine a Bariloche, porque me recibió con brazos abiertos un obispo sencillo, misionero, Juan Chaparro. Todo el mundo sabe que soy ex. Y está todo bien. Y esa es una apertura linda de la iglesia. La idea de la iglesia sinodal de Francisco es muy buena. Busca lograr mayor horizontalidad, porque el poder termina siendo si no un poder occidental muy marcado por el machismo. Creo que su mejor logro fue una mayor incorporación de mujeres en la conducción. De hecho planteó el tema de las diaconisas, que sería retomar un ministerio ordenado, pero de mujeres, que existió en la iglesia hasta el siglo IV. No lo logró, pero me parece que tendría que avanzar con fuerza. Me parece que también es necesaria, aunque cueste, una mayor revisión de la vida moral de acuerdo a los signos de los tiempos. No estoy con el relativismo moral, pero sí con una apertura mucho más grande. Eso cuesta mucho, porque hay ritos atrás, pero debiera pensarse en cómo integrar mejor a las familias ensambladas, a las parejas homosexuales. Y un tercer punto que intentó Francisco, es la renovación del ministerio sacerdotal. No estoy diciendo que tenga que cambiar la estructura, que viene de Trento, cuando se armaron los seminarios a mediados del siglo XVI. Lo que digo es que el consagrado tiene que estar más embarrado. Por más que dirija la iglesia o dirija una comunidad, un consagrado tiene que estar embarrado, tiene que vivir la experiencia que vive el pueblo. Y desde ahí hay que pensar el celibato, que para mí tiene que ser optativo. Hay una falsa interpretación del Antiguo Testamento, que dice algo así como que el consagrado es apartado del pueblo para poder conducir y Jesús se lo lleva con él, lo forma pero después lo regresa. Ese regreso, creo yo, debe ser un regreso al barro.
Por Pablo Bassi
Colectivo de Comunicación Popular Al Margen
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